I recently published a feature article in Classical Music magazine entitled El Sistema at 50: the rise and fall (and rise again?) of Venezuela’s controversial music programme. You may need to register to read it, but it’s quick and free.
Below is a Spanish translation of the article.
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El Sistema a los 50: Auge y declive (¿y resurgimiento?) del polémico programa musical venezolano
«Corrupción, abusos, propaganda: es hora de que nos lavemos las manos con El Sistema», comenzaba el artículo de Jessica Duchen en The Times a principios de enero. En The Guardian, la pianista y activista por los derechos humanos venezolana Gabriela Montero pedía a los promotores que cortaran los lazos con la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar (OSSB), a punto de embarcarse en una gira europea: «El sector cultural no debe seguir facilitando la promoción abierta de una “Revolución Bolivariana” manifiestamente fracasada a través de la óptica emotiva de las orquestas juveniles de Venezuela». Marshall Marcus, ex director musical del Southbank Centre y antiguo empleado de El Sistema, montó una encendida defensa (también en The Guardian), instando a los músicos de la OSSB a ignorar las críticas y limitarse a tocar.
¿Cómo es posible que esta querida institución, que en su día fue aclamada por Simon Rattle como «el futuro de la música», se haya convertido en el centro de semejante controversia?
Fundada en 1975, El Sistema irrumpió en el imaginario mundial en 2007 con el debut en los Proms de Gustavo Dudamel y la Orquesta Juvenil Simón Bolívar, con sus chaquetas con la bandera y su desgarrador «Mambo». Siguió un periodo de auge extraordinario, en el que sus principales orquestas fueron agasajadas en las principales salas de conciertos y surgieron programas inspirados en El Sistema en todo el mundo. Con sus historias de transformación de las vidas de los más pobres de Venezuela, El Sistema se convirtió en un faro de esperanza para el mundo de la música clásica. Su fundador, José Antonio Abreu, fue comparado con Gandhi y Nelson Mandela y fue nominado para el Premio Nobel de la Paz.
2014 fue un año decisivo para Venezuela, donde la situación política se deterioró drásticamente, y también para El Sistema. Mientras se desarrollaba un importante brote de disturbios civiles, Dudamel y Abreu guardaron silencio, contribuyendo en cambio a las celebraciones oficiales del Día de la Juventud con un concierto de gala. Gabriela Montero respondió con una carta abierta, condenándoles por ignorar la agitación política que les rodeaba. El Sistema fue objeto de crecientes críticas. Los intentos de Dudamel de distanciarse de los acontecimientos políticos fueron calificados de «mascarada hipócrita» en El Nacional, el principal periódico de Venezuela.
En 2014 también se publicó mi libro sobre El Sistema. Especialista en música latinoamericana e inicialmente fan del programa, cambié de opinión durante un año de investigación en Venezuela, donde fui testigo de métodos autoritarios, flagrantes desigualdades de género, denuncias de abusos sexuales y muchos menos niños pobres de los que se decía. Aunque El Sistema se presentaba como un programa social, el bienestar de los alumnos y el desarrollo de la comunidad se subordinaban regularmente a los objetivos artísticos. La extraordinaria interpretación de la OSSB se basaba en unos temibles niveles de disciplina e intensidad que a veces desembocaban en la intimidación y la explotación. En contraste con la figura santa que se representaba en el extranjero, Abreu fue retratado por algunos periodistas venezolanos como un político controvertido, dominante y maquiavélico. Uno de ellos le llamó «El Ogro Filantrópico»; otro describió El Sistema como «una suerte de hermandad masculina de caballeros templarios de la música clásica, siendo Abreu el núcleo del culto».
Los partidarios de El Sistema reaccionaron mal, pero sus objeciones pronto se vieron socavadas por otras investigaciones. En 2016, Lawrence Scripp, profesor del Conservatorio de Nueva Inglaterra, y Luigi Mazzocchi, antiguo violinista de El Sistema, publicaron un artículo en VAN Magazine en el que calificaban mi relato de «acertado» y pedían importantes reformas en El Sistema. Destacando una cultura de miedo, intimidación y represalias, Mazzocchi desestimó sus pretensiones de ser un programa social: «Lo único que importa es lo bien que suena».
En 2017 se publicó una importante evaluación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), financiador de El Sistema. No encontró pruebas convincentes de impacto social, y solo el 17% de los alumnos procedían de familias por debajo del umbral de pobreza, en un país donde el 47% de los niños eran considerados pobres. Concluyó que El Sistema ilustraba «los retos de orientar las intervenciones hacia grupos vulnerables de niños en el contexto de un programa social voluntario». En otras palabras, El Sistema, aclamado durante mucho tiempo como modelo de inclusión social, era en realidad socialmente excluyente. Al mismo tiempo, resurgieron las evaluaciones del BID de 1997, que revelaban que veinte años antes se habían planteado serias dudas sobre los métodos de El Sistema.
Mientras tanto, la crisis política de Venezuela se agravaba. Dudamel había sido un leal servidor del gobierno durante una década; la canciller Delcy Rodríguez había escrito «¡Gracias Dudamel! Embajador de Venezuela. Llevas en alto el nombre de nuestra Patria y el ser venezolano! Orgullo nacional». Pero en 2017, después de tres años de crecientes críticas públicas, Dudamel finalmente se distanció del régimen. Con el país en graves apuros económicos, las orquestas de El Sistema dejaron de hacer giras y muchos músicos emigraron. Abreu murió en 2018, aunque no antes de que se revelaran falsas afirmaciones sobre sus calificaciones educativas.
Parecía que El Sistema había tocado fondo, pero lo peor estaba por llegar.
En 2021, la prensa se hizo eco de las acusaciones de abusos sexuales aparecidas en las redes sociales. Como informó The Washington Post, la ex alumna Angie Cantero afirmó que El Sistema «estuvo/está plagado de pedófilos, pederastas y una cantidad incalculable de personas que cometieron el delito de estupro». Detrás de su atractiva fachada, alegó, «se encuentran un montón de seres asquerosos que les encanta embaucar niñas y adolescentes, aprovechándose de su posición de poder y su renombre dentro del Sistema.» Periodistas de Venezuela, Alemania, España y Argentina siguieron el caso y aportaron pruebas. Mazzocchi, el ex violinista de El Sistema, había afirmado anteriormente que las relaciones profesor-alumno eran «la norma». Sistema Escocia y Sistema Inglaterra emitieron declaraciones públicas críticas, y algunos programas inspirados en El Sistema en el Reino Unido abandonaron cualquier referencia a El Sistema en su publicidad.
En 2022, periodistas venezolanos revelaron que el BID había prestado a El Sistema 124 millones de dólares para la construcción de siete centros regionales, pero no se había construido ni uno solo. El Sistema había fracasado rotundamente en su principal prioridad institucional de los 25 años anteriores. Una de las historias de éxito favoritas de la música clásica parecía cada vez más un mito.
Sin embargo, en 2022, Dudamel se reconcilió con el régimen venezolano y volvió a viajar a su país. Las giras volvieron a estar en juego. En 2023, Nicola Benedetti invitó a la OSSB a una residencia en el Festival de Edimburgo. Al año siguiente, la Orquesta Nacional Infantil realizó una gira por Estados Unidos, y en 2025 la OSSB volvió a Europa para celebrar su 50 aniversario. A pesar de años de escándalos y fallos documentados, la industria musical volvió a extender la alfombra roja. El Sistema sigue teniendo amigos en las altas esferas, algunos de los cuales tienen un gran interés en reconstruir su reputación: Benedetti es «Hermana Mayor» oficial de Sistema Escocia, mientras que Marshall Marcus -autor del reciente elogio publicado en The Guardian- es Presidente de Sistema Europa. El regreso de El Sistema a la escena internacional desde 2023 subraya que la organización se había entrelazado profundamente con el sector de la música clásica en sus años de auge, y muchos siguieron profundamente apegados a la historia mítica a pesar de los muchos agujeros que habían surgido.
No obstante, la polémica volvió a saltar a la palestra el mes pasado. La gira de celebración de la OSSB comenzó al día siguiente de la toma de posesión del presidente dictatorial de Venezuela, Nicolás Maduro, ampliamente acusado de haber robado las elecciones del año anterior. Hace una década, las críticas a Dudamel se referían principalmente a su pasividad y silencio. Hoy, sus acusadores sugieren algo más activo. Junto a las continuas denuncias de Gabriela Montero sobre el «lavado musical» de El Sistema, la Fundación de Derechos Humanos ha formado piquetes en los conciertos de Dudamel en Nueva York y Los Ángeles, acusando al director de «hacer propaganda descarada y dar cobertura al dictador venezolano».
Hasta ahora, el mundo de la música clásica ha prestado poca atención. Algunos han argumentado que El Sistema está separado de la política; otros, que Venezuela no es el único país con orquestas itinerantes y un gobierno cuestionable. Pero la OSSB no es simplemente una orquesta nacional, ni siquiera estatal: El Sistema es operado por la Oficina del Presidente y, por lo tanto, es una extensión directa del poder presidencial. En 2018 Maduro estrechó aún más su control, nombrando a su hijo y vicepresidente en su junta directiva. Anunció personalmente fondos para giras orquestales en el extranjero «para enamorar al mundo», dejando claras sus intenciones de poder blando. La OSSB es una orquesta de régimen, enviada en misiones políticas (como acompañar a los líderes a la ONU). Es una entidad única, que podría decirse que exige una respuesta única.
El régimen venezolano envía a la OSSB como símbolo de paz, esperanza y transformación social, mientras gobierna violentamente sobre una población desesperada que emigra en masa. Esto es lavado de arte en acción, y las críticas de los conciertos de Londres demuestran que funciona. Como escribió Rachel Halliburton en The Arts Desk: «Después de que la orquesta al completo se uniera para el resonante final […], todo el público se puso en pie para un momento que parecía tener todo que ver con la libertad y poco que ver con la dictadura».
¿Cómo queda El Sistema a los 50 años? Pocos cuestionan su éxito artístico. Ha producido muchos músicos de orquesta y ha situado a Venezuela en el mapa de la música clásica. Ha sido objeto de admiración, inspiración e imitación en todo el mundo, pero sigue siendo poco conocido. Algunos logros se han sobrevalorado, y algunas creencias comunes no resisten el escrutinio.
El enfoque de El Sistema nunca se ha estandarizado ni codificado, por lo que hablar de un «método de El Sistema» es engañoso. A pesar de las prominentes afirmaciones de que es un «programa revolucionario», hay poco de nuevo en sus prácticas o ideas educativas, que están firmemente arraigadas en los siglos XIX y XX. Aunque la OSSB ofrece un espectáculo orquestal sin igual, en términos de programación y convenciones interpretativas no está a la altura de innovadores como Manchester Collective y Paraorchestra.
Algunos admiradores apuntan a una filosofía social fundacional, pero esto también es algo así como un espejismo. El concepto de «acción social por la música» no surgió hasta la mitad de la historia de El Sistema y, como argumentó Mazzocchi, era más retórica estratégica que sustancia. Esto explicaría los decepcionantes resultados del estudio de impacto de 2017. El Sistema ha popularizado ideas como «música y cambio social» en el sector clásico, pero entre la evaluación y el deterioro de Venezuela, las pruebas del cambio real son sorprendentemente escasas. Sobre todo, como nos recordaba recientemente el artículo de Jessica Duchen, el éxito musical ha tenido un coste considerable: fallos pedagógicos, institucionales y éticos, y apropiación por parte de una dictadura con fines políticos.
El Sistema ha mostrado lo mejor y lo peor de la música clásica, y están íntimamente relacionados. En su apogeo, sus emocionantes actuaciones se basaban en una disciplina excesiva y en desequilibrios de poder que permitían que prosperaran los abusos. El violinista Mazzocchi recordaba: «Algunos profesores lo decían en voz alta: “Hago esto [mantener relaciones sexuales] con mis alumnos porque creo que les estamos ayudando a ser mejores músicos, mejores violinistas”». Del mismo modo, la enorme expansión del programa después de 2000 y su politización fueron dos caras de la misma moneda. Los presidentes Chávez y Maduro ofrecieron a El Sistema un apoyo incondicional, pero al precio de la colaboración política (acompañar a los ministros al extranjero, recibir a dignatarios extranjeros, presionar a los empleados para que votaran por el gobierno, actuar en un vídeo propagandístico, etc.). En retrospectiva, las chaquetas nacionalistas y el mambo, que maravillaron al mundo en 2007, señalaban no sólo «¡fiesta!», sino también populismo musical: la fusión de la educación musical y la demagogia autoritaria. Las semillas del declive de El Sistema estaban en su auge.
El futuro internacional de El Sistema depende de si el sector clásico está finalmente preparado para enfrentarse a esta compleja realidad o si seguirá conformándose con el mito reconfortante. Y lo que es más apremiante, ¿seguirá la industria musical abrazando al emisario cultural de una dictadura brutal? ¿O se lavará las manos, como sugiere Duchen?
En 2025 ha habido más debate público en el Reino Unido que en ningún otro momento desde 2014. Algunos periodistas han prestado más atención. Pero todavía hay líderes y escritores de la música clásica que están dispuestos a restar importancia a los problemas, ignorar la investigación y pasar de puntillas sobre las conexiones políticas de Dudamel. Hacerlo puede beneficiar a El Sistema y a sus propios feudos y legados, pero esconder los grandes fallos bajo la alfombra en última instancia no sirve ni a la educación musical ni a la cultura de la música clásica. Harían mejor en hacer caso a las alarmas que han sonado repetidamente desde la década de 1990.
Es poco probable que el mito de El Sistema desaparezca pronto: el régimen venezolano ha invertido en él, la industria musical lo considera una fórmula ganadora y una red mundial de apoyo está comprometida a mantenerlo vivo. Dudamel y otros directores de orquesta venezolanos siguen ejerciendo de influyentes animadores; el mito es una parte fundamental de su marca. Pero los días en que El Sistema parecía un futuro brillante para la música clásica han quedado atrás.